levantarse más tarde, dar pausa a la inquietud.

¿Para qué me voy a levantar? Tengo una esposa que no me ama,

unos hijos que no me llaman, un hermano que no me escribe, unos padres que no están.

Soy un esclavo, un perro que aguarda en la puerta, melancólico y aburrido, que su amo llegue.

No me muevo, porque parece no haber sentido,

sólo un sentimiento que obliga, un recuerdo, una idea, un sueño.

No sé si soy feliz, si lo seré, pero lo fui…

¿Pero que nos une en esta vida?

Pensé que, con mi esposa, era el amor, pero fue más.

Confianza, compromiso, entrega y el valor de soportarme.

Con mis hijos, la esperanza.

Verlos crecer, alcanzar, ser mejores.

Con mis hermanos, las circunstancias, el juramento callado,

el útero, la sangre, el propósito.

Con mis padres, la casa sin puertas, ni llaves.

La cálida bienvenida, el refugio, el sostén, el vínculo.

Creo que por un tiempo fui un ingrato, atesoré lo que no valía.

Inmadura juventud que despertó a lo intrascendente, lo poco importante,

nada esencial, que no tenía el valor de soportarse.

En el vacío juvenil, rectifiqué apunta de golpes y experiencias,

tropiezos y sobresaltos, resiliencia obligada.

Tuve que renacer con perdón, bajo un nuevo aire,

a un flujo que inspira y eleva.

Así que, amé a mi esposa, llamé a mis hijos, escribí a mis hermanos,

abracé a mis padres…, todo lo que pude.

Hoy, ya no tengo esposa, ni hijos, ni padres, ni hermanos,

sólo un sentimiento, un recuerdo, una idea, un sueño.

No sé si soy feliz, si lo seré, pero lo fui…

Aguardaré aquel día, cuando despunté la mañana,

más lento, sin prisa, sin brillo;

cuando el frío se apoderé de los huesos,

el recuerdo será cálido, el agradecimiento eterno,

y la existencia, completa.

No sé si soy feliz, si lo seré, pero lo fui.